martes, 1 de diciembre de 2009

"Clase Nocturna" de Tom Piccirilli.

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Este libro me llamó la atención mientras consultaba la sección de ofertas de El Corte Inglés, que normalmente sólo tiene falsa novela histórica (el código templario, el enigma DaVinci, el secreto Carlomagno... se me entiende, ¿no?) y libros de cocina. Esta vez, sin embargo, había algunos ejemplares de la colección de terror de la Factoría de Ideas, editorial que no sólo publica juegos de rol. Leí las contraportadas de los mismos, y deseché un par de ellos que trataban de viajes en el tiempo y fantasmas (hay momentos en los que hasta ese tipo de cosas causan aburrimiento). Compré “Clase Nocturna” guiado por falsas presunciones, y porque el título resultaba francamente sugerente. La portada también me llamó la atención: unos ojos abiertos por el terror recortados contra un cielo rojizo bajo el cual podía verse el edificio ominoso de lo que debía de ser una facultad. Parecía un montaje digno de la serie B más cutre, y no pude resistirme.
Ahora advierto: A cualquiera que pretenda leer este libro le sugiero que no siga leyendo. No el libro, claro, sino esta entrada de mi blog. En otras palabras, y para que la gente que no tiene mucho tiempo lo vea de un plumazo, voy a reventaros el final, y pongo la palabra SPOILER en mayúsculas. Advertidos quedáis.

No puedo evitar contar el final del libro, porque esta obra es como El Sexto Sentido, que si te sales del cine media hora antes vas a pensar durante toda la vida que “no hay para tanto” (al margen de ello, yo pienso que en esa peli “no hay para tanto”, pero por razones distintas). En fin, la cosa va de un tipo llamado Caleb que es un estudiante universitario que al regresar a casa tras las vacaciones navideñas, descubre que una joven ha sido brutalmente asesinada en su cuarto. Caleb comienza a obsesionarse con el tema, y empieza a tener visiones de la chica, de su hermana asesinada y de no sé quién más. Se propone averigüar quién cometió el crimen, y por qué a nadie más parece importarle.

La historia, hasta este punto, no es nada del otro mundo, pero bien llevada puede formar parte de un producto entretenido. La prosa de Piccirilli es original y un tanto arriesgada, y tiene la habilidad de introducir al lector en un ambiente onírico e irreal muy apropiado para los objetivos del relato. Su lectura no es especialmente aburrida, aún a pesar de que, en el fondo, durante la mayor parte del libro no pasa nada de nada. Y las visiones de Caleb y los fantasmas me resultan un tanto absurdas porque no parecen aportar demasiado al relato, salvo confusión.

Ahora bien, cuando Caleb descubre quién ejecutó el crimen, la cosa se pone interesante. Y es que resulta que todo el mundo está en el ajo: alumnos, profesores y el decano y su esposa. Estos últimos han montado una sociedad de perversión y vicio, al más puro estilo de las escenas picantes de Eyes Wide Shut, seduciendo a estudiantes y docentes a cambio de puestos de trabajo y notas excelentes. Y todo el mundo, excepto Caleb, parece aceptar la situación. El horror llega a su clímax cuando la mujer del decano intenta seducir a Caleb y lo introduce en una habitación donde encuentran a su esposo en pleno acto con su novia, obsesionada por entrar en la facultad de Medicina.
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Sé que la analogía es burda, pero no puedo evitar sentir simpatía por Piccirilli al abordar un tema como las “mafias” universitarias con tan poca elegancia y tanta mala leche. Merece la pena leer “Clase Nocturna”, aunque sólo sea por sus últimas cincuenta páginas. La situación que plantea el autor es imposible, por supuesto, pero provoca una cierta complicidad en el lector, si es que éste ha sido alguna vez un sufrido universitario. Y a más de uno le recordará comportamientos de compañeros de clase o de sus propios profesores, exagerados hasta el paroxismo cómico, e incluso a ciertas leyendas urbanas que siempre circulan por las facultades. En definitiva, que merece la pena aunque sólo sea para pasar el rato.

domingo, 22 de noviembre de 2009

Cómo fabricar un dinosario.


Hace poco cayó en mis manos un libro de divulgación bastante interesante. Como es del 2009, no me cabe duda de que todavía no está traducido al español (y quizá no lo traduzcan nunca). El título, un tanto sensacionalista para mi gusto, lo dice todo: “How to build a dinosaur: Extinction doesn´t have to be forever”. Sin embargo, el autor es Jack Horner, un paleontólogo serio y bien reconocido, aunque si a alguien le suena su nombre es probablemente porque fue asesor científico de las películas de Jurassic Park.

¡Mr. ADN! ¿Pero qué está usted haciendo aquí?

El libro va un poco de todo eso, y el autor hace numerosas referencias a la idea original de Michael Crichton, creíble para una novela de ciencia-ficción, pero imposible de imitar en el mundo real. Para el que no se acuerde, los dinosaurios de Jurassic Park eran recreados extrayendo el ADN de mosquitos contemporáneos de los mismos que habían quedado atrapados en el ámbar. El código genético recuperado, sin duda fragmentario, era completado con ADN de anfibio. En la práctica jamás se ha recuperado ADN de un insecto de la época, y tampoco lo tengo muy claro, pero sospecho que después de tanto tiempo, probablemente sea imposible recuperar nada del mismo.

Nos olvidamos por tanto de Parque Jurásico y nos acercamos a la nueva aproximación que sugiere este autor. Ya se sabe con certeza que los dinosaurios son los antepasados remotos de las aves actuales y, de hecho, cada vez surgen más evidencias de que una cierta parte de ellos estaban provistos de plumas. No hay nada más traumático para alguien que estuvo completamente obsesionado con los dinosaurios de niño que ver la recreación de un deinonychus (un bicho parecido a un velocirraptor, para los profanos) completamente cubierto de plumas, que parece más un cruce entre un pollo y un sketsi de Cristal Oscuro que otra cosa. Los avances de la ciencia y los mitos populares no suelen llevarse bien.
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¿Qué dice un pájaro de 200 kilos en una rama? PIO


La idea del autor es coger un embrión de pollo e intervenir en su desarrollo.En los primeros estadios de su formación el embrión de un pollo tiene cola, aunque en un determinado momento la cola deja de desarrollarse. Lo mismo pasa con otros rasgos, como los brazos que acaban transformados en alas o los dientes. Interviniendo en su proceso formativo sería posible hacer que el pollo desarrollase completamente estos rasgos y acabar teniendo un pollo con brazos, cola, y dientes en lugar de pico. Pero claro está, y como reconoce el autor, esto no sería un dinosaurio. De ahí que diga que el título del libro es un tanto sensacionalista.

La propuesta resulta, en cualquier caso, interesante. La mayor parte del código genético de los dinosaurios está ahí, sobreviviendo en los embriones de las aves. Ya no hay que buscarlo en los fósiles. De hecho, ya se ha conseguido que un pollo desarrolle dientes y el resto es meramente cuestión de tiempo, no de imposibilidad científica. Lo que sí parece imposible, hoy por hoy, es recrear una especie concreta de dinosaurio que, además, en principio no serviría para mucho. Se desconoce lo suficiente de las características de cualquier especie concreta para que nadie pueda fantasear con reproducir un T-Rex, un maiasaurio o cualquier otra cosa.

En cualquier caso, el objetivo de crear un “pollosaurio” no es el de meterlo en un parque temático con verjas electrificadas con propensión a dejar de estarlo. El objetivo es reproducir la Evolución hacia atrás, y comprender cómo se producen los cambios en las especies, lo cual lleva a nuevos avances científicos y médicos. Las posibilidades económicas del proyecto son, por supuesto, enormes, al igual que las implicaciones éticas. Un buen campo de experimentación teórica para estas cuestiones fue la propia novela de Michael Crichton. ¿Cuánta gente pagaría por tener un pollosaurio como mascota? ¿Cuántos pagarían precios desorbitados por una entrada a un parque zoológico en el que hubiera un pollosaurio? En mi opinión serían muchos, siempre y cuando los agentes de marketing de la compañía que produjera estos bichos tuvieran la buena costumbre de no llamarlos “pollosaurios”.

En fin, un libro de lectura bastante interesante y ligera, que sospecho que tendrá algún fallo científico pero sobre lo que, en conciencia, no puedo opinar. “How to Build a Dinosaur” parece bastante serio, una vez que el lector entiende que el autor no está hablando de crear un dinosaurio, sino de recrear alguna de las caracteristicas de los dinosaurios en las aves de hoy en día. La mejor prueba de ello son los dos esqueletos (de saurornitholestes y de una reconstrucción de un posible pollosaurio) para que el lector observe las similitudes entre ellos. Después de mirarlos un buen rato resulta evidente que el pollosaurio no es un dinosaurio y que si el saurornitholestes es su antepasado más parecido, entonces lo llevamos crudo para recrear uno hoy día. Sin tener idea en absoluto de anatomía pueden verse claramente enormes diferencias en la forma del cráneo, la posición del cuello, la caja torácica, etc.

En la imagen superior el ornitholestes, en la inferior nuestro pollosaurio.

¿Qué sería de este bicho hoy día? J. Horner no es ajeno a un debate ético que podría ser, hasta cierto punto, estéril. Si el pollosaurio no puede sobrevivir o sufre enormemente viviendo, entonces es que los científicos que lo crearon habrán fracasado, porque el objetivo es que el pollosaurio sea perfectamente autónomo. Si el pollosaurio escapa y, de algún modo consigue reproducirse en estado salvaje, lo único que podrá generar serán otros pollos, que es lo que es en esencia el pollosaurio.

Alguno pensará que el que cree al Pollosaurio es poco menos que el Victor Frankenstein del siglo XXI, jugando a ser Dios pero, en realidad, cosas mucho más espantosas se han hecho con las drosófilas o moscas de la fruta (patas en lugar de antenas, variar su número de patas, etc.) sin que parezca que a nadie le haya importado demasiado. Cabe preguntarse cómo será la vida de uno de estos insectos, en comparación con la del pollosaurio. Y teniendo en cuenta las condiciones en las que viven los pollos actuales, hacinados en granjas y consumidos masivamente como uno de los alimentos principales de la dieta humana parece poca cosa usar un puñado de embriones para fomentar avances científicos.


Horner, J., y Gorman, J., How to build a dinosaur: Extinction doesn´t have to be forever, Londres: Dutton, 2009, 246 pp.

viernes, 20 de noviembre de 2009

Amargura

Ojo a lo que me encuentro el otro día leyendo un manual. Dice el autor que, “En general, un lenguaje es aquel que ha evolucionado con el paso del tiempo para fines de la comunicación humana, por ejemplo el español, el inglés o el alemán. Estos lenguajes continúan su evolución sin tomar en cuenta reglas gramaticales formales; cualquier regla se desarrolla después de que suceda el hecho, en un intento por explicar, y no determinar, la estructura del lenguaje. Como resultado de esto, pocas veces los lenguajes naturales se ajustan a reglas gramaticales sencillas u obvias. Esta situación es el pelo en la sopa de los académicos de la lengua, la mayoría de los cuales trata de convencernos de que nuestra forma de hablar es incorrecta en vez de aceptar la posibilidad de que no han encontrado el conjunto de reglas adecuado, que sus reglas ya no son válidas, o que no existen dichas reglas”. [Brookshear, J. G., Teoría de la Computación, 1993, pp. 12-13].

Este autor, evidentemente, no es español. Si fuese español, igual no hubiera escrito esto, porque, al menos desde mi punto de vista, la RAE es extremadamente permisiva a la hora de aceptar nuevos usos en nuestra lengua. Pero eso es otra cuestión. Lo que resulta alucinante aquí es que el autor, en un manual didáctico (no es un ensayo de opinión, ni una reflexión filosófica, ni nada por el estilo) que además trata de los lenguajes formales (y no de los naturales), arremete contra los lingüistas sin venir muy a cuento. No es que los lingüistas sean santo de mi devoción, pero no creo que les ponga a parir si un día me da por escribir unas instrucciones para una aspiradora. Sencillamente, me parece que no es ni el lugar ni el momento.

Este tipo de comentarios, aunque no lo parezca, son el pan de cada día. Otro día, leyendo un libro que no tiene nada que ver con el anterior, veo que el autor va y dice: “Cada yacimiento arqueológico será una combinación única de factores medioambientales, culturales y cronológicos particulares, pero cada componente puede ser investigado como una entidad específica, o en relación con otras. Igualmente equivocada es la noción del experimento irrepetible, en aparente contraste con las ciencias naturales: después de todo, ni siquiera los físicos descomponen el mismo átomo. Por supuesto un yacimiento arqueológico es más complejo que el modesto átomo, y su estructura comprende una combinación de muchos más factores porque es un producto de una totalidad mucho más compleja, la sociedad humana. (...) El muestreo en la excavación es, de este modo, una actividad mucho más difícil y compleja (y, por las mismas razones, más interesante) que la de las ciencias naturales.” Roskams, S., Teoría y Práctica de la Excavación, 2001, Pp. 49-50.

En otras palabras, ole tus (...), resulta que no sólo la arqueología es muchísimo más complicada que las ciencias naturales, sólo apta para mentes privilegiadas, sino que encima es de todo punto más interesante que el átomo, que total es muy pequeñito y no vale para nada. Y de nuevo esto aparece en un típico manual, y sin venir a cuento.

Ambos autores (que probablemente no tienen nada en común, al margen de expresar una tendencia generalizada) parecen descargar sus frustraciones sobre otras disciplinas ajenas a la suya propia. Todos, evidentemente, somos “los más guapos”, y tendemos a infravalorar el esfuerzo o las competencias de los demás. Pero los límites que se alcanzan a veces llegan a ser un tanto absurdos.

He puesto ejemplos que existen sobre papel, para que se vea que no me invento las cosas. Pero juro y perjuro que parte de los profesores de mi carrera nos han bombardeado con críticas a otras disciplinas o ramas del saber. Algunas de estas críticas son consecuencia de problemas bastante graves que no pasan desapercibidos. Por ejemplo, la proporción de fondos que se destinan a los estudios de “ciencias” en relación con los de “letras”. Por eso ahora las letras son “ciencias”, o eso repiten la mayoría de los de letras constantemente. Yo siempre digo lo mismo, que la historia será o no una ciencia en función de la definición que demos de “ciencia”, que hay más de una. Pero ahora resulta que no sólo la historia es una ciencia. Paleografía y epigrafía también lo son, biblioteconomía y archivística también. Miren, yo lo siento en el alma, pero desde mi punto de vista estas últimas disciplinas no son ni ciencias ni letras, son “técnicas”. Y no lo digo despectivamente. A un ingeniero técnico en informática le llaman técnico y no creo que se enfade. A lo mejor hay que empezar a llamar a esta gente “ingenieros sociales”, porque la palabra “ingeniero” parece ser muy respetable.

En fin, lo de si es “ciencia” o no lo es, es ya un tema del que prefiero pasar. Pero cuando oyes que necesita haber más colaboración entre arqueólogos e historiadores ya se te cae el alma a los pies. ¿Pero cómo es posible que una cosa pueda sobrevivir sin la otra? Es como decir que en un hotel, el botones ha de colaborar más con el recepcionista, porque cuando el botones pregunta al recepcionista a qué habitación tiene que llevar las maletas, el recepcionista a veces se hace el loco. Y el botones, claro, deja las maletas donde le da la gana.


Que sí, hombre, hágame caso, que yo de esto sé mucho más que usted...


Me aburre muchísimo el tema, en serio. Que hay carreras más fáciles y más difíciles eso lo sabemos todos o casi todos. Lo siento pero no es lo mismo magisterio que ingeniería aeronaútica. Pero también hay que pensar que hay carreras en las que con un 5 no vas a ningún lado y otras en las que con la misma nota sales bien parado, con un curro fijo. No es tan fácil tener una media de 9 para arriba, por muy fácil que sean, supuestamente, tus estudios. Y además, en el fondo da lo mismo. Yo lo que quería decir es que a ver si dejamos de tirar piedras contra los demás y tenemos un poco más de respeto por todas esas otras disciplinas sobre las que no tenemos ni idea. Porque si queremos que haya interdisciplinariedad, con este ambiente, lo llevamos crudo.

martes, 9 de septiembre de 2008

La Tormenta del Siglo



Escribo estas líneas con toda mi habitación recubierta de plásticos y toallas. Sería cómico si no fuese porque es una putada. Hay una gota asquerosa que cae cada treinta segundos exactos, rebota en mi silla de plástico y explota contra mí. ¡Qué frío!

Pues sí, las noticias no dirán nada todavía, pero ha caído una tormenta de granizo en Madrid que ríete tú del cambio climático (y me río, me río...). Mi casa se ha inundado del todo. La cocina tenía diez centímetros de agua sucia y pantanosa, que caía del techo en plan “The Dark Water”; la japonesa, por supuesto. Caía tan rápido que no podíamos ni usar las fregonas. Así que me he tenido que tirar al suelo en calzoncillos a recoger el agua con toallas, mientras goterones de agua helada se deslizaban lozanos por mi espalda. El techo se nos ha caído encima, y los pegotes de yeso se me pegaban en el pelo. Mal de muchos consuelo de tontos... en mi calle hay un coche al que sólo se le ve el techo. ¡Qué suerte no tener coche!

Y nada, esto es lo que escribo al abrigo de las cuatro de la mañana y después de darme una ducha calentita. Y me despido ya, porque me parece que empiezan a caer gotas también sobre el ordenador y no quiero morir de un cortocircuito, que bastante me he deslomado llevando electrodomésticos de una habitación a otra.

Igual ya no me volveis a ver el pelo. Igual me hago un barquito de papel, lo protejo del agua con parafina y me lanzo a surcar las calles. Si esto sigue así, llego al mar. Y desde ahí, a California.
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Estas son algunas de las imágenes del granizo y de cómo han quedado las calles después de la tormenta. Hay algunas más en la web del País Semanal:

http://www.elpais.com/articulo/espana/intensa/granizada/tine/blanco/calles/Madrid/elpepunac/20080910elpepunac_1/Tes

lunes, 11 de agosto de 2008

Obsesiones Imaginativas


Hoy, una confesión vergonzosa: Cada cierto tiempo (y sin que sirva de precedente, me digo siempre a mí mismo) buceo en internet en busca de fanfics de mis obsesiones favoritas. Aclaro, en consideración del lego, que un fanfic es un relato escrito por un aficionado y basado en un universo creado por otro autor. Por ejemplo, un relato en el que Anakin Skywalker vive una aventura alternativa en Coruscant durante un interludio inventado en mitad de las Guerras Clon.
Las diferencias fundamentales entre este ejemplo y cualquier librito, o cómic, o videojuego que tiene la marca oficial de LucasArts en forma de holograma son las siguientes:

1) Se escribe sin ánimo de lucro, pues si no fuera así, entrarían en juego los derechos de autor de la obra original (eso es bueno).

2) Se escribe sin censura de ningún tipo. En un fanfic se puede desatar todo tipo de violencia, sexo (homosexual también) o palabras malsonantes hasta en los universos más inocentes (eso es bueno. Si no te gusta, no lo lees).

3) Se desata toda la imaginación del autor: Personajes de un universo empleados en un universo alternativo, historias originales, WhatIfs, Crossovers, etc. Casi todo vale. (Esto es bueno, aún a pesar de las monstruosidades que salen del Microsoft Word de algunos elementos).

4) Para el autor, y para los otros aficionados, se utiliza a modo de metadona por la carencia de productos oficiales. Los aficionados quieren leer más de sus personajes o universos favoritos. Y los autores quieren participar de ellos, compartiendo con los demás su propia visión de lo que les gustaría que hubiese pasado (también bueno).

5) Un buen número de fanfics están escritos por gente que no tiene ni puñetera idea de escribir. Usan modismos, omiten signos de puntuación, se comen tildes, cometen faltas de ortografía e incluso ¡utilizan emoticonos!. Y lo peor: Una buena parte de los argumentos se basan exclusivamente en los sueños húmedos que los autores tienen con uno u otro personaje de una serie (esto es malo, muy malo).

Encontrar un buen fanfic (que los hay) es como buscar una aguja en un pajar. O como decía Reid en Mentes Criminales: “Buscar una aguja en un pajar es fácil. Lo difícil es buscar una aguja concreta entre un montón de agujas”. Por eso, siempre después de aficionarme a los fanfics durante unas cuantas horas, acabo abandonando desesperado y con dolor de cabeza, prometiéndome que nunca más volveré a buscar fanfics (amén de que algunos fics han creado pesadillas lovecraftianas en mi mente de las que no puedo deshacerme ni siquiera cuando leo las obras canónicas; el sexo gay en Harry Potter es una de ellas. Pero volvemos a lo mismo. Eso me pasa por andar en Internet por callejones oscuros en los que podrían haber muerto los padres de Batman).


Él nunca lo haría. En serio, nunca.

Total, que cuando me surge la venita de ponerme a escribir un buen fanfic suelo cambiar de idea y acabar escribiendo un relato original, que tiene algo así como más caché. Y es que no es lo mismo entrarle a una mujer diciendo “soy escritor” que diciendo “me dedico a escribir fanfics de SailorMoon, Digimon y Harry Potter”. La vida es así, triste y dura.

En cualquier caso, hay dos cosas que me fascinan de los fanfics: la obsesión imaginativa (título de este post), y la importancia que le pueden dar los autores originales.

En cuanto al primer punto: Nunca dejaré de maravillarme de la cantidad de freaks auténticos que se están generando últimamente (la culpas, sin duda, al señor Internet). Ojo, que no digo que los que lean fics sean frikis de los malos, pero seguro que debe haber por ahí un porcentaje que estimaría si no fuese porque odio a los estadistas. A ver a quíen demonios se le hubiese ocurrido ponerse a escribir un fic sobre Casablanca en los años en los que salió la película. Aunque he de reconocer que, si por mí fuera, encadenaría a la señora Rowling a su escritorio y la daría de comer grageas Bertie Bott durante el resto de su existencia, confinada a escribir continuamente libros y más libros. Me encantaría decir que, en mi caso, los fanfics suplen el hueco que esa heptalogía (qué palabra más chula) deja cuando la acabas de leer. Si gente como nosotros se hubiese aficionado a Emilio Salgari o a Agatha Christie lo tendríamos mucho más fácil (gracias a dios, yo soy fan también de Stephen King, otro autor prolífico donde los haya).

En cuanto al segundo punto: La obsesión por el copyright está llevando a algunos autores a tener berrinches fuera de tono. El que tengo en mi mente ahora mismo es el de la señora Rowling con la publicación de una enciclopedia por parte de un fan, que además ha hecho una tirada de ejemplares ridícula en comparación con las cifras que la industria suele manejar. Ay, Jotaká, qué mal te has hecho a ti misma. Con ese berrinche estúpido sobre el copyright me hiciste (a mí, como a muchos otros) bucear en Internet y averiguar que cojeas del mismo pie. Buscad en google “Harry Potter plagio” y veréis hasta donde llega el asunto: A una tontería que nos mantiene entretenidos, porque, aunque la película “Turok el troll”, que es la base de todo el conflicto, recuerda misteriosamente a la historia de cierto joven mago, la obra de Rowling me sigue pareciendo perfectamente original (o sea, un collage como los de Tarantino, que a día de hoy es lo más original que se puede hacer).


Una obra completamente original creada mediante la yuxtaposición de elementos conocidos por todos.


Quitar el gran mérito a Jotaká sería una ridiculez, pero la misma que pensar que la enciclopedia sobre Harry Potter que haría un aficionado (que además ha dedicado la vida entera a sus libros) quitaría ventas o provocaría comparaciones con la propia enciclopedia que ella pretende publicar. La respuesta de Orson Scott Card es lo suficientemente concluyente como para que no haga falta añadir más.

Bueno, sí, una cosa: Si alguna vez escribo un fanfic, será sobre una obra de Scott Card. Si por casualidad la lee, se sentirá mucho más agradecido. ¿Resumen del post? Que vivan los mormones.

miércoles, 26 de marzo de 2008

LA PASIÓN DE CRISTO. NO CRUCIFIQUES ESTO.


El otro día vi "La Pasión de Cristo". Tal vez está mal que un historiador diga esto, pero lo cierto es que me encantó. Qué le vamos a hacer. Y de paso no entiendo la supuesta polémica que envolvió la película, ni el victimismo judío, ni las críticas exacerbadas. De hecho, a mí me parece que se ha hecho sin demasiadas pretensiones y en un tono conciliador. Por lo menos desde un punto de vista histórico, que es el que voy a usar ahora para analizarla.

La verdad es que, existiendo tantas clases de protestantismo, y tantas interpretaciones del Nuevo Testamento, resulta muy difícil que alguien no ponga el grito en el cielo (ojo al juego de palabras). Pero como el debate ya es muy antiguo, y como suele pasar con estas cosas, ya le da igual a todo el mundo, voy a hablar de la película tranquilamente, y esperando no ofender la fe de nadie. Repito, el análisis va a ser desde un punto de vista histórico, y ciñéndome explícitamente a lo que se dice en los evangelios canónicos. Por desgracia, y al no ser un experto en la materia, me he basado en fuentes de dudosa fiabilidad (por ejemplo, mis propios recuerdos de cosas que he leído no se sabe muy bien dónde). Es posible, por tanto, que haya errores. Mil perdones, y deseo que cualquiera más sabio que yo tenga a bien el corregirme. Empecemos ya.


El aspecto de Jesús: “La Pasión de Cristo” nos muestra una imagen de Jesús que a todos nos es familiar: Moreno, pelo largo, con barba y delgado. Lo primero que debemos tener en cuenta es que esto NO ES UNA IMPRECISIÓN HISTÓRICA, y no lo es porque no sabemos en absoluto el aspecto que pudo tener Jesús. La culpa de esto se la debemos a los judíos del siglo I y II y a su temor a la veneración de imágenes para no caer en la idolatría. La primera cita sobre el aspecto de Jesús la haría Claudio Josefo, un autor del siglo I, a través de una fuente bizantina siglos después. Le describe como un hombre alto, de rostro alargado y con las cejas juntas.

Posteriormente surgen, en el Imperio Romano, dos imágenes de Jesús que coexisten durante un tiempo. En Occidente se toma el canon del romano de la época: pelo corto y con la barba rasurada. En el Imperio Bizantino, sin embargo, se impone la imagen de un hombre con melena y barba corta, que es la que ha llegado hasta nosotros. Otra corriente curiosa de los primeros siglos, describe a Jesús bajito y feo, posiblemente con taras físicas.

Hace relativamente poco, Richard Neave (que es famoso por las reconstrucciones de rostros de personajes antiguos, como el de Tutankamon o Filipo II) expuso la imagen de un judío del siglo I d.C a partir de un cráneo encontrado en las inmediaciones de Jerusalén. Esta imagen se asimiló a Jesús para fomentar el interés, pero la idea tiene algo de absurda. ¡Ni que existiese sólo un tipo de rostro! ¿Conclusión? La imagen de Jesús usada en la película es la más ampliamente conocida y aceptada, y tan válida como cualquier otra.


El taparrabos de Jesús: En “la Pasión de Cristo”, Jesús es crucificado con un taparrabos. Esta es la imagen más corriente de la crucifixión, pues nuestra puritana Iglesia católica no podía tolerar la desnudez de un hombre bajo ningún concepto. No obstante, en realidad, a la gente se la crucificaba desnuda. De hecho, las ropas de Jesús se reparten entre los soldados romanos, como era habitual en la época. Lo que dejan entrever los Evangelios es que Cristo, efectivamente, fue crucificado desnudo (y esta idea a veces es enfatizada en siglos posteriores por sus buenas connotaciones, antes de que el pudor religioso se impusiera). Sin embargo, y otra vez, esto NO ES UNA IMPRECISIÓN HISTÓRICA. El taparrabos de Jesús tiene un nombre: subligaculum. Los judíos tenían una norma específica para los condenados a morir lapidados, y es que hombres y mujeres estuvieran cubiertos. No resulta una desfachatez pensar que los romanos de la época (teniendo en cuenta además las continuas rebeliones judías) transigieran en este punto.

El camino hacia el Golgotha: En este aspecto es donde se ve más claramente cómo “la Pasión de Cristo” intenta conciliar la visión histórica pura con lo que es tradicional en el ámbito religioso. La verdad histórica es que los crucificados tenían que llevar la cruz hasta el lugar de su crucifixión. Pero por supuesto, no la cruz entera, sino sólo el travesaño horizontal. El palo vertical ya estaba clavado allí y se reutilizaba repetidas veces. Si nos fijamos en la película, podemos observar cómo los reos que van delante de Jesús llevan tan sólo el travesaño lateral, atado a las manos y por detrás de la espalda. Jesús, sin embargo, debe llevar toda la cruz. De no ser así, Simón de Cirene no podría haber ayudado al hijo de Dios con tan severa carga.


La corona de espinos: Aquí ya vamos a salirnos un poco de madre y vamos a hablar también de la Sábana Santa de Turín (la cual volverá a aparecer posteriormente en este análisis). El que vea las noticias, recordará que a mediados de los años 90 intentaron datarla mediante la técnica del Carbono 14. ¿El resultado? La Sábana Santa era del primer milenio... después de Cristo. Para muchos la cosa terminó allí, porque el asunto tenía bastante sentido. Para quien no lo sepa, durante el medievo se falsificaron un gran número de reliquias porque el peregrinaje daba mucha pasta. Sin embargo, no podemos descartar los datos a la primera porque nos parezcan lógicos, pues la Sábana Santa tiene todavía muchas cosas que decir. Lo primero que debemos destacar es que la datación por Carbono 14 no es en absoluto fiable para cronologías tan recientes, y así se demostró cuando los resultados completos del análisis salieron a la luz (desgraciadamente, la prensa había perdido ya todo interés). Si el margen de error es de más de mil años, dudosamente podemos afirmar que esta reliquia es falsa. Por otro lado, y contra lo que piensa mucha gente, la Sábana Santa NO ESTÁ PINTADA. Y además, de ella pueden extraerse datos muy veraces desde el punto de vista histórico sobre todo este asunto de las crucifixiones, como vamos a ver ahora (y también un poco más adelante).


Volviendo a centrarnos en la corona de espinos en sí: tradicionalmente, la corona cubre sólo el lateral de la cabeza de Jesús. Esta es la versión tradicional y también la que aparece reflejada en “la Pasión de Cristo”. Pero hay que tener en cuenta que esa corona no estaba preparada, y que fue la mofa de los soldados romanos al que quería considerarse “Rey de los Judíos”. Cogieron lo primero que tenían a mano. Lo lógico es pensar que la corona le cubriese toda la cabeza, como una especie de casco. Este dato se apoya en la imagen que aparece en la Sábana Santa de Turín, donde las heridas en la cabeza de Cristo están por toda su cabeza, y no sólo en los laterales.

La crucifixión: Con esto llegamos al punto clave del análisis. La imagen de Cristo crucificado (y la cruz en sí) es un símbolo de increíble poder en la actualidad. El asunto está lleno de incorrecciones, y “la Pasión de Cristo” intenta, de nuevo, conciliar la versión real de aquélla que se ha extendido y se ha hecho popular con el paso de los siglos.

La primera cuestión de debate son los clavos. Tradicionalmente, se muestra a Cristo con los clavos hundidos directamente en la palma de sus manos. Sabemos que esto no es posible por motivos meramente físicos. Básicamente, las manos se rasgarían al no poder soportar el peso, ni más ni menos. De haberse utilizado clavos se habría hecho algo más abajo (en esa zona que a los suicidas les gusta tanto). Hay que tener en cuenta, además, que en los Evangelios canónicos no se dice que Jesús “fuese clavado a la cruz” en ningún momento. De hecho, los romanos lo que hacían era atar al condenado. No obstante, los teólogos de los primeros siglos atestiguan las heridas de Jesús en manos y pies.

Por otro lado, tenemos la existencia de la ménsula. En este caso, tampoco sabemos si a Jesús le atravesaron con un sólo clavo los dos pies (creando ese maravilloso número 3 que parece rodearlo todo en el Nuevo Testamento), o bien usaron dos.


En “la Pasión de Cristo” buscan el punto medio: Usan clavos pero después lo atan a la cruz. Es una forma de quitarse de problemas. En la Sábana Santa, algo que siempre ha llamado la atención es que las manos de Jesús parecen excesivamente largas. Si los clavos hubiesen atravesado el principio del antebrazo, entonces los pulgares se habrían contraído contra la palma de la mano, y eso explicaría la extraña longitud. Pero la Sábana Santa no puede usarse como fuente arqueológica. ¿O sí?

Sólo apuntar una cuestión que me parece particularmente interesante, y es toda esa gente que ha manifestado estigmas en las palmas de las manos a lo largo de los tiempos. ¿Cómo podría explicarse eso si los clavos de Cristo se hundieron al principio de su antebrazo? Aunque todo esto parezcan cuestiones banales, sus connotaciones son, sin duda, de una importancia capital para el ejercicio de la fe.


La versión original: Lo que más me ha gustado de la película, sin duda, es ver a los personajes hablando lenguas muertas. Especialmente, oír a los soldados romanos hablando en latín como si ese idioma estuviese vivo. En este sentido, “la Pasión de Cristo” me parece un ejercicio encomiable de verosimilitud histórica. Algo que aprecié es que los soldados romanos hablaban latín con un acento vagamente italiano. Aunque nosotros podemos conocer la pronunciación del latín (tenemos constancia de varias gramáticas latinas), evidentemente no podemos saber cómo eran los distintos dialectos o diferenciaciones regionales de tal lengua. Aunque inicialmente nos pueda chocar, e incluso parecer gracioso, que el latín se hable con acento italiano, quiero poner de relieve un caso epigráfico que me parece bastante curioso: En Andalucía se han descubierto epígrafes latinos que incluyen una hache aspirada que no debería estar allí, y que refleja la clásica hache dura andaluza de la actualidad. Eso implica que, en la región de Andalucía, el latín se hablaba, en parte, con el acento andaluz actual. No resulta tan increíble, por tanto, ver a dos romanos hablando latín con acento italiano. Como ya he dicho, no podemos saberlo, pero es un detalle que me ha gustado mucho. El uso de un latín plano tampoco habría sido muy histórico.


En definitiva, considero “la Pasión de Cristo” un producto bastante correcto, más aún teniendo en cuenta el fanatismo y la intransigencia en los que suelen estar envueltos estos temas. Como cinéfilo, debo resaltar que la película no tiene presentación, ni nudo, ni desenlace, y que se pasan la mitad del metraje fustigando a Jesús. Aun así, creo que nadie que tenga algo de interés por la historia del personaje vaya a aburrirse viéndola. Disfrutadla.

lunes, 10 de marzo de 2008

Filípica a Bukowski


¡Ay, si Bukowski levantara la cabeza! Bueno, lo primero que haría sería pedir una botella de whiskey. Probablemente le daríamos un DYC de esos asquerosos para que el pobrecito pillase una resaca cabezona. Luego quizá nos pediría unos pavos prestados para irse al hipódromo más cercano (el que está pasado Puerta de Hierro). Aunque en realidad, es más probable que echase una quiniela.

¿Dónde dormiría Bukowski aquí en Madrid? Sin duda buscaría un motel, que los hay, pero casi seguro acabaría en un hostal cualquiera de los del centro. En un par de semanas, nuestro querido Bukowski despertaría completamente alcoholizado, al lado de una mujer ligera de cascos que apenas recuerda, y la sacaría a patadas de una hostia (y eso que el machismo, tan típico de Bukowski, aquí está muy mal visto). Buscaría una máquina de escribir, pero sin duda acabaría usando un portátil con el Windows Vista. Y ya no se entretendría mirando mirlos a través de la ventana, sino palomas sucias. O tal vez jugase al buscaminas.

Si nuestro Bukowski-zombi investigase un poquito por internet sobre la literatura de este nuestro querido país se encontraría con un sinfín de páginas, blogs, revistas literarias y espacios culturales. Lo primero que diría, con un dolor de cabeza de tres al cuarto es: ¿Cuándo cojones escribí todo esto y por qué usé tantos seudónimos distintos?

Todo esto sólo para denunciar que algún listo gafapasta desenterró el cadáver de Bukowski y lo pasó por imprenta. Con gusanos y todo. Gracias a eso el pobre hombre ha conseguido una nueva habilidad mutante (no le bastaba con un acné infinito y un grado de violencia digno de Logan en sus peores momentos), la polilocación.

Esto es como en el patio del colegio. "Joder, menganito tiene unas zapatillas que dan luz. Voy a comprarme unas zapatillas que den luz para ser tan guay como menganito". Y ya tenemos otra jodida moda que expiar el día del Juicio Final. Porque creo que ya lo he comentado alguna que otra vez: si quieres ser el Capitán Planeta (ganar el premio Planeta, vaya) tienes que ser muy español. Pero si quieres ser un poeta maldito lo mejor es que le metas al cadáver de Bukowski un palo por el culo y lo airees bien dentro de un garito cuanto más cutre mejor, como le hicieron al Cid Campeador. Yo sólo lo digo como consejo, porque oiga, funciona.

Hay, no obstante, que seguir un protocolo muy rígido para ser un escritor maldito. Lo primero es tener una infancia feliz y acomodada. Luego, cuando se llega a la adolescencia, hay que dejarse el pelo larguito (¡no en exceso, no somos heavies ni queremos que nos confundan con ellos!).
Después hay que convertirse en drogadicto. El alcoholismo está bien, pero hay drogas más glamourosas. Como ley general, cada cual tiene que encontrar su droga, y para eso es preferible probarlas todas. Pero con el alcohol y los porros es suficiente. La bebida favorita del escritor maldito es el gin-tonic, nada de pijadas. Y luego, pues eso, a rellenar cuadernos, servilletas, y todo lo que se nos ocurra. Pero no con cualquier cosa. Debemos seguir siempre el mismo triángulo: Bukowski-Carver-Hemingway. Cuando nos hayamos empapado bastante de ellos quizá lleguemos hasta Burroughs, pero sólo de manera tangencial. Y cuando hayamos publicado nuestros primeros poemas (sin comas, por favor, no queremos quedar como idiotas) ya podremos limitarnos tan sólo a leer a todos los demás que, como nosotros, han leído exactamente lo mismo.

¿De qué escribir? Bueno, por supuesto, eso es lo menos importante. Tenemos un gin-tonic en la mano y somos gatos callejeros, jóvenes amargados en el bar. Y nos llamamos escritores. Tenemos una barbita interesante. Lo que tenemos que hacer ahora es ocultar nuestro pasado de niños bien, y, viendo el mundo a través de los ojos de Bukowski, reinterpretar nuestra realidad. Siguiendo estos pasos tendremos el éxito garantizado entre los círculos underground. No ganaremos el premio Planeta (con esos ya me meteré otro día), pero pasaremos a formar parte de la generación española de los malditos.

¡Qué bien me lo he pasado leyendo a Bukowski! Y a Carver. Y a Burroughs. De Hemingway no sé nada, y lo escribiría en mayúsculas "si eso no rompiera la armonía de este ensayo" (aplíquese la dosis de ironía necesaria a esto último). ¡Cómo he disfrutado con Orson Scott Card también, aunque sea mormón y abstemio! Y con Poe. Y con poemas de Lord Byron. Y con Michael Crichton. Y por supuesto con Stephen King. Y con Tolkien. Y con Neil Gaiman. Y con William Golding. Y con Asimov. Y con Kafka. Y con Salinger. Y con Robert Louis Stevenson. Y con Bram Stoker. Y con Wells. Y hasta con Shakespeare.

Escribo peor que muchos escritores malditos. Hay algunos con verdadero talento. Me gustaría mucho que alguno escribiese algo personal. Estoy seguro de que aunque no seas drogadicto, puedes escribir una novela sobre yonkis tan buena como la de un drogadicto. O mejor incluso. U otra cosa. Porque parece mentira decir esto, pero hay algo más que las frases escuetas, duras y simples de Bukowski en esta vida. Hay algo más que esa brutalidad animal. Deja de criticar ese sueño americano del que no formas parte. Deja de dormir en moteles que no existen. A Bukowski ya me lo conozco. Cuéntame algo que no sepa.