miércoles, 26 de marzo de 2008

LA PASIÓN DE CRISTO. NO CRUCIFIQUES ESTO.


El otro día vi "La Pasión de Cristo". Tal vez está mal que un historiador diga esto, pero lo cierto es que me encantó. Qué le vamos a hacer. Y de paso no entiendo la supuesta polémica que envolvió la película, ni el victimismo judío, ni las críticas exacerbadas. De hecho, a mí me parece que se ha hecho sin demasiadas pretensiones y en un tono conciliador. Por lo menos desde un punto de vista histórico, que es el que voy a usar ahora para analizarla.

La verdad es que, existiendo tantas clases de protestantismo, y tantas interpretaciones del Nuevo Testamento, resulta muy difícil que alguien no ponga el grito en el cielo (ojo al juego de palabras). Pero como el debate ya es muy antiguo, y como suele pasar con estas cosas, ya le da igual a todo el mundo, voy a hablar de la película tranquilamente, y esperando no ofender la fe de nadie. Repito, el análisis va a ser desde un punto de vista histórico, y ciñéndome explícitamente a lo que se dice en los evangelios canónicos. Por desgracia, y al no ser un experto en la materia, me he basado en fuentes de dudosa fiabilidad (por ejemplo, mis propios recuerdos de cosas que he leído no se sabe muy bien dónde). Es posible, por tanto, que haya errores. Mil perdones, y deseo que cualquiera más sabio que yo tenga a bien el corregirme. Empecemos ya.


El aspecto de Jesús: “La Pasión de Cristo” nos muestra una imagen de Jesús que a todos nos es familiar: Moreno, pelo largo, con barba y delgado. Lo primero que debemos tener en cuenta es que esto NO ES UNA IMPRECISIÓN HISTÓRICA, y no lo es porque no sabemos en absoluto el aspecto que pudo tener Jesús. La culpa de esto se la debemos a los judíos del siglo I y II y a su temor a la veneración de imágenes para no caer en la idolatría. La primera cita sobre el aspecto de Jesús la haría Claudio Josefo, un autor del siglo I, a través de una fuente bizantina siglos después. Le describe como un hombre alto, de rostro alargado y con las cejas juntas.

Posteriormente surgen, en el Imperio Romano, dos imágenes de Jesús que coexisten durante un tiempo. En Occidente se toma el canon del romano de la época: pelo corto y con la barba rasurada. En el Imperio Bizantino, sin embargo, se impone la imagen de un hombre con melena y barba corta, que es la que ha llegado hasta nosotros. Otra corriente curiosa de los primeros siglos, describe a Jesús bajito y feo, posiblemente con taras físicas.

Hace relativamente poco, Richard Neave (que es famoso por las reconstrucciones de rostros de personajes antiguos, como el de Tutankamon o Filipo II) expuso la imagen de un judío del siglo I d.C a partir de un cráneo encontrado en las inmediaciones de Jerusalén. Esta imagen se asimiló a Jesús para fomentar el interés, pero la idea tiene algo de absurda. ¡Ni que existiese sólo un tipo de rostro! ¿Conclusión? La imagen de Jesús usada en la película es la más ampliamente conocida y aceptada, y tan válida como cualquier otra.


El taparrabos de Jesús: En “la Pasión de Cristo”, Jesús es crucificado con un taparrabos. Esta es la imagen más corriente de la crucifixión, pues nuestra puritana Iglesia católica no podía tolerar la desnudez de un hombre bajo ningún concepto. No obstante, en realidad, a la gente se la crucificaba desnuda. De hecho, las ropas de Jesús se reparten entre los soldados romanos, como era habitual en la época. Lo que dejan entrever los Evangelios es que Cristo, efectivamente, fue crucificado desnudo (y esta idea a veces es enfatizada en siglos posteriores por sus buenas connotaciones, antes de que el pudor religioso se impusiera). Sin embargo, y otra vez, esto NO ES UNA IMPRECISIÓN HISTÓRICA. El taparrabos de Jesús tiene un nombre: subligaculum. Los judíos tenían una norma específica para los condenados a morir lapidados, y es que hombres y mujeres estuvieran cubiertos. No resulta una desfachatez pensar que los romanos de la época (teniendo en cuenta además las continuas rebeliones judías) transigieran en este punto.

El camino hacia el Golgotha: En este aspecto es donde se ve más claramente cómo “la Pasión de Cristo” intenta conciliar la visión histórica pura con lo que es tradicional en el ámbito religioso. La verdad histórica es que los crucificados tenían que llevar la cruz hasta el lugar de su crucifixión. Pero por supuesto, no la cruz entera, sino sólo el travesaño horizontal. El palo vertical ya estaba clavado allí y se reutilizaba repetidas veces. Si nos fijamos en la película, podemos observar cómo los reos que van delante de Jesús llevan tan sólo el travesaño lateral, atado a las manos y por detrás de la espalda. Jesús, sin embargo, debe llevar toda la cruz. De no ser así, Simón de Cirene no podría haber ayudado al hijo de Dios con tan severa carga.


La corona de espinos: Aquí ya vamos a salirnos un poco de madre y vamos a hablar también de la Sábana Santa de Turín (la cual volverá a aparecer posteriormente en este análisis). El que vea las noticias, recordará que a mediados de los años 90 intentaron datarla mediante la técnica del Carbono 14. ¿El resultado? La Sábana Santa era del primer milenio... después de Cristo. Para muchos la cosa terminó allí, porque el asunto tenía bastante sentido. Para quien no lo sepa, durante el medievo se falsificaron un gran número de reliquias porque el peregrinaje daba mucha pasta. Sin embargo, no podemos descartar los datos a la primera porque nos parezcan lógicos, pues la Sábana Santa tiene todavía muchas cosas que decir. Lo primero que debemos destacar es que la datación por Carbono 14 no es en absoluto fiable para cronologías tan recientes, y así se demostró cuando los resultados completos del análisis salieron a la luz (desgraciadamente, la prensa había perdido ya todo interés). Si el margen de error es de más de mil años, dudosamente podemos afirmar que esta reliquia es falsa. Por otro lado, y contra lo que piensa mucha gente, la Sábana Santa NO ESTÁ PINTADA. Y además, de ella pueden extraerse datos muy veraces desde el punto de vista histórico sobre todo este asunto de las crucifixiones, como vamos a ver ahora (y también un poco más adelante).


Volviendo a centrarnos en la corona de espinos en sí: tradicionalmente, la corona cubre sólo el lateral de la cabeza de Jesús. Esta es la versión tradicional y también la que aparece reflejada en “la Pasión de Cristo”. Pero hay que tener en cuenta que esa corona no estaba preparada, y que fue la mofa de los soldados romanos al que quería considerarse “Rey de los Judíos”. Cogieron lo primero que tenían a mano. Lo lógico es pensar que la corona le cubriese toda la cabeza, como una especie de casco. Este dato se apoya en la imagen que aparece en la Sábana Santa de Turín, donde las heridas en la cabeza de Cristo están por toda su cabeza, y no sólo en los laterales.

La crucifixión: Con esto llegamos al punto clave del análisis. La imagen de Cristo crucificado (y la cruz en sí) es un símbolo de increíble poder en la actualidad. El asunto está lleno de incorrecciones, y “la Pasión de Cristo” intenta, de nuevo, conciliar la versión real de aquélla que se ha extendido y se ha hecho popular con el paso de los siglos.

La primera cuestión de debate son los clavos. Tradicionalmente, se muestra a Cristo con los clavos hundidos directamente en la palma de sus manos. Sabemos que esto no es posible por motivos meramente físicos. Básicamente, las manos se rasgarían al no poder soportar el peso, ni más ni menos. De haberse utilizado clavos se habría hecho algo más abajo (en esa zona que a los suicidas les gusta tanto). Hay que tener en cuenta, además, que en los Evangelios canónicos no se dice que Jesús “fuese clavado a la cruz” en ningún momento. De hecho, los romanos lo que hacían era atar al condenado. No obstante, los teólogos de los primeros siglos atestiguan las heridas de Jesús en manos y pies.

Por otro lado, tenemos la existencia de la ménsula. En este caso, tampoco sabemos si a Jesús le atravesaron con un sólo clavo los dos pies (creando ese maravilloso número 3 que parece rodearlo todo en el Nuevo Testamento), o bien usaron dos.


En “la Pasión de Cristo” buscan el punto medio: Usan clavos pero después lo atan a la cruz. Es una forma de quitarse de problemas. En la Sábana Santa, algo que siempre ha llamado la atención es que las manos de Jesús parecen excesivamente largas. Si los clavos hubiesen atravesado el principio del antebrazo, entonces los pulgares se habrían contraído contra la palma de la mano, y eso explicaría la extraña longitud. Pero la Sábana Santa no puede usarse como fuente arqueológica. ¿O sí?

Sólo apuntar una cuestión que me parece particularmente interesante, y es toda esa gente que ha manifestado estigmas en las palmas de las manos a lo largo de los tiempos. ¿Cómo podría explicarse eso si los clavos de Cristo se hundieron al principio de su antebrazo? Aunque todo esto parezcan cuestiones banales, sus connotaciones son, sin duda, de una importancia capital para el ejercicio de la fe.


La versión original: Lo que más me ha gustado de la película, sin duda, es ver a los personajes hablando lenguas muertas. Especialmente, oír a los soldados romanos hablando en latín como si ese idioma estuviese vivo. En este sentido, “la Pasión de Cristo” me parece un ejercicio encomiable de verosimilitud histórica. Algo que aprecié es que los soldados romanos hablaban latín con un acento vagamente italiano. Aunque nosotros podemos conocer la pronunciación del latín (tenemos constancia de varias gramáticas latinas), evidentemente no podemos saber cómo eran los distintos dialectos o diferenciaciones regionales de tal lengua. Aunque inicialmente nos pueda chocar, e incluso parecer gracioso, que el latín se hable con acento italiano, quiero poner de relieve un caso epigráfico que me parece bastante curioso: En Andalucía se han descubierto epígrafes latinos que incluyen una hache aspirada que no debería estar allí, y que refleja la clásica hache dura andaluza de la actualidad. Eso implica que, en la región de Andalucía, el latín se hablaba, en parte, con el acento andaluz actual. No resulta tan increíble, por tanto, ver a dos romanos hablando latín con acento italiano. Como ya he dicho, no podemos saberlo, pero es un detalle que me ha gustado mucho. El uso de un latín plano tampoco habría sido muy histórico.


En definitiva, considero “la Pasión de Cristo” un producto bastante correcto, más aún teniendo en cuenta el fanatismo y la intransigencia en los que suelen estar envueltos estos temas. Como cinéfilo, debo resaltar que la película no tiene presentación, ni nudo, ni desenlace, y que se pasan la mitad del metraje fustigando a Jesús. Aun así, creo que nadie que tenga algo de interés por la historia del personaje vaya a aburrirse viéndola. Disfrutadla.

lunes, 10 de marzo de 2008

Filípica a Bukowski


¡Ay, si Bukowski levantara la cabeza! Bueno, lo primero que haría sería pedir una botella de whiskey. Probablemente le daríamos un DYC de esos asquerosos para que el pobrecito pillase una resaca cabezona. Luego quizá nos pediría unos pavos prestados para irse al hipódromo más cercano (el que está pasado Puerta de Hierro). Aunque en realidad, es más probable que echase una quiniela.

¿Dónde dormiría Bukowski aquí en Madrid? Sin duda buscaría un motel, que los hay, pero casi seguro acabaría en un hostal cualquiera de los del centro. En un par de semanas, nuestro querido Bukowski despertaría completamente alcoholizado, al lado de una mujer ligera de cascos que apenas recuerda, y la sacaría a patadas de una hostia (y eso que el machismo, tan típico de Bukowski, aquí está muy mal visto). Buscaría una máquina de escribir, pero sin duda acabaría usando un portátil con el Windows Vista. Y ya no se entretendría mirando mirlos a través de la ventana, sino palomas sucias. O tal vez jugase al buscaminas.

Si nuestro Bukowski-zombi investigase un poquito por internet sobre la literatura de este nuestro querido país se encontraría con un sinfín de páginas, blogs, revistas literarias y espacios culturales. Lo primero que diría, con un dolor de cabeza de tres al cuarto es: ¿Cuándo cojones escribí todo esto y por qué usé tantos seudónimos distintos?

Todo esto sólo para denunciar que algún listo gafapasta desenterró el cadáver de Bukowski y lo pasó por imprenta. Con gusanos y todo. Gracias a eso el pobre hombre ha conseguido una nueva habilidad mutante (no le bastaba con un acné infinito y un grado de violencia digno de Logan en sus peores momentos), la polilocación.

Esto es como en el patio del colegio. "Joder, menganito tiene unas zapatillas que dan luz. Voy a comprarme unas zapatillas que den luz para ser tan guay como menganito". Y ya tenemos otra jodida moda que expiar el día del Juicio Final. Porque creo que ya lo he comentado alguna que otra vez: si quieres ser el Capitán Planeta (ganar el premio Planeta, vaya) tienes que ser muy español. Pero si quieres ser un poeta maldito lo mejor es que le metas al cadáver de Bukowski un palo por el culo y lo airees bien dentro de un garito cuanto más cutre mejor, como le hicieron al Cid Campeador. Yo sólo lo digo como consejo, porque oiga, funciona.

Hay, no obstante, que seguir un protocolo muy rígido para ser un escritor maldito. Lo primero es tener una infancia feliz y acomodada. Luego, cuando se llega a la adolescencia, hay que dejarse el pelo larguito (¡no en exceso, no somos heavies ni queremos que nos confundan con ellos!).
Después hay que convertirse en drogadicto. El alcoholismo está bien, pero hay drogas más glamourosas. Como ley general, cada cual tiene que encontrar su droga, y para eso es preferible probarlas todas. Pero con el alcohol y los porros es suficiente. La bebida favorita del escritor maldito es el gin-tonic, nada de pijadas. Y luego, pues eso, a rellenar cuadernos, servilletas, y todo lo que se nos ocurra. Pero no con cualquier cosa. Debemos seguir siempre el mismo triángulo: Bukowski-Carver-Hemingway. Cuando nos hayamos empapado bastante de ellos quizá lleguemos hasta Burroughs, pero sólo de manera tangencial. Y cuando hayamos publicado nuestros primeros poemas (sin comas, por favor, no queremos quedar como idiotas) ya podremos limitarnos tan sólo a leer a todos los demás que, como nosotros, han leído exactamente lo mismo.

¿De qué escribir? Bueno, por supuesto, eso es lo menos importante. Tenemos un gin-tonic en la mano y somos gatos callejeros, jóvenes amargados en el bar. Y nos llamamos escritores. Tenemos una barbita interesante. Lo que tenemos que hacer ahora es ocultar nuestro pasado de niños bien, y, viendo el mundo a través de los ojos de Bukowski, reinterpretar nuestra realidad. Siguiendo estos pasos tendremos el éxito garantizado entre los círculos underground. No ganaremos el premio Planeta (con esos ya me meteré otro día), pero pasaremos a formar parte de la generación española de los malditos.

¡Qué bien me lo he pasado leyendo a Bukowski! Y a Carver. Y a Burroughs. De Hemingway no sé nada, y lo escribiría en mayúsculas "si eso no rompiera la armonía de este ensayo" (aplíquese la dosis de ironía necesaria a esto último). ¡Cómo he disfrutado con Orson Scott Card también, aunque sea mormón y abstemio! Y con Poe. Y con poemas de Lord Byron. Y con Michael Crichton. Y por supuesto con Stephen King. Y con Tolkien. Y con Neil Gaiman. Y con William Golding. Y con Asimov. Y con Kafka. Y con Salinger. Y con Robert Louis Stevenson. Y con Bram Stoker. Y con Wells. Y hasta con Shakespeare.

Escribo peor que muchos escritores malditos. Hay algunos con verdadero talento. Me gustaría mucho que alguno escribiese algo personal. Estoy seguro de que aunque no seas drogadicto, puedes escribir una novela sobre yonkis tan buena como la de un drogadicto. O mejor incluso. U otra cosa. Porque parece mentira decir esto, pero hay algo más que las frases escuetas, duras y simples de Bukowski en esta vida. Hay algo más que esa brutalidad animal. Deja de criticar ese sueño americano del que no formas parte. Deja de dormir en moteles que no existen. A Bukowski ya me lo conozco. Cuéntame algo que no sepa.