domingo, 22 de noviembre de 2009

Cómo fabricar un dinosario.


Hace poco cayó en mis manos un libro de divulgación bastante interesante. Como es del 2009, no me cabe duda de que todavía no está traducido al español (y quizá no lo traduzcan nunca). El título, un tanto sensacionalista para mi gusto, lo dice todo: “How to build a dinosaur: Extinction doesn´t have to be forever”. Sin embargo, el autor es Jack Horner, un paleontólogo serio y bien reconocido, aunque si a alguien le suena su nombre es probablemente porque fue asesor científico de las películas de Jurassic Park.

¡Mr. ADN! ¿Pero qué está usted haciendo aquí?

El libro va un poco de todo eso, y el autor hace numerosas referencias a la idea original de Michael Crichton, creíble para una novela de ciencia-ficción, pero imposible de imitar en el mundo real. Para el que no se acuerde, los dinosaurios de Jurassic Park eran recreados extrayendo el ADN de mosquitos contemporáneos de los mismos que habían quedado atrapados en el ámbar. El código genético recuperado, sin duda fragmentario, era completado con ADN de anfibio. En la práctica jamás se ha recuperado ADN de un insecto de la época, y tampoco lo tengo muy claro, pero sospecho que después de tanto tiempo, probablemente sea imposible recuperar nada del mismo.

Nos olvidamos por tanto de Parque Jurásico y nos acercamos a la nueva aproximación que sugiere este autor. Ya se sabe con certeza que los dinosaurios son los antepasados remotos de las aves actuales y, de hecho, cada vez surgen más evidencias de que una cierta parte de ellos estaban provistos de plumas. No hay nada más traumático para alguien que estuvo completamente obsesionado con los dinosaurios de niño que ver la recreación de un deinonychus (un bicho parecido a un velocirraptor, para los profanos) completamente cubierto de plumas, que parece más un cruce entre un pollo y un sketsi de Cristal Oscuro que otra cosa. Los avances de la ciencia y los mitos populares no suelen llevarse bien.
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¿Qué dice un pájaro de 200 kilos en una rama? PIO


La idea del autor es coger un embrión de pollo e intervenir en su desarrollo.En los primeros estadios de su formación el embrión de un pollo tiene cola, aunque en un determinado momento la cola deja de desarrollarse. Lo mismo pasa con otros rasgos, como los brazos que acaban transformados en alas o los dientes. Interviniendo en su proceso formativo sería posible hacer que el pollo desarrollase completamente estos rasgos y acabar teniendo un pollo con brazos, cola, y dientes en lugar de pico. Pero claro está, y como reconoce el autor, esto no sería un dinosaurio. De ahí que diga que el título del libro es un tanto sensacionalista.

La propuesta resulta, en cualquier caso, interesante. La mayor parte del código genético de los dinosaurios está ahí, sobreviviendo en los embriones de las aves. Ya no hay que buscarlo en los fósiles. De hecho, ya se ha conseguido que un pollo desarrolle dientes y el resto es meramente cuestión de tiempo, no de imposibilidad científica. Lo que sí parece imposible, hoy por hoy, es recrear una especie concreta de dinosaurio que, además, en principio no serviría para mucho. Se desconoce lo suficiente de las características de cualquier especie concreta para que nadie pueda fantasear con reproducir un T-Rex, un maiasaurio o cualquier otra cosa.

En cualquier caso, el objetivo de crear un “pollosaurio” no es el de meterlo en un parque temático con verjas electrificadas con propensión a dejar de estarlo. El objetivo es reproducir la Evolución hacia atrás, y comprender cómo se producen los cambios en las especies, lo cual lleva a nuevos avances científicos y médicos. Las posibilidades económicas del proyecto son, por supuesto, enormes, al igual que las implicaciones éticas. Un buen campo de experimentación teórica para estas cuestiones fue la propia novela de Michael Crichton. ¿Cuánta gente pagaría por tener un pollosaurio como mascota? ¿Cuántos pagarían precios desorbitados por una entrada a un parque zoológico en el que hubiera un pollosaurio? En mi opinión serían muchos, siempre y cuando los agentes de marketing de la compañía que produjera estos bichos tuvieran la buena costumbre de no llamarlos “pollosaurios”.

En fin, un libro de lectura bastante interesante y ligera, que sospecho que tendrá algún fallo científico pero sobre lo que, en conciencia, no puedo opinar. “How to Build a Dinosaur” parece bastante serio, una vez que el lector entiende que el autor no está hablando de crear un dinosaurio, sino de recrear alguna de las caracteristicas de los dinosaurios en las aves de hoy en día. La mejor prueba de ello son los dos esqueletos (de saurornitholestes y de una reconstrucción de un posible pollosaurio) para que el lector observe las similitudes entre ellos. Después de mirarlos un buen rato resulta evidente que el pollosaurio no es un dinosaurio y que si el saurornitholestes es su antepasado más parecido, entonces lo llevamos crudo para recrear uno hoy día. Sin tener idea en absoluto de anatomía pueden verse claramente enormes diferencias en la forma del cráneo, la posición del cuello, la caja torácica, etc.

En la imagen superior el ornitholestes, en la inferior nuestro pollosaurio.

¿Qué sería de este bicho hoy día? J. Horner no es ajeno a un debate ético que podría ser, hasta cierto punto, estéril. Si el pollosaurio no puede sobrevivir o sufre enormemente viviendo, entonces es que los científicos que lo crearon habrán fracasado, porque el objetivo es que el pollosaurio sea perfectamente autónomo. Si el pollosaurio escapa y, de algún modo consigue reproducirse en estado salvaje, lo único que podrá generar serán otros pollos, que es lo que es en esencia el pollosaurio.

Alguno pensará que el que cree al Pollosaurio es poco menos que el Victor Frankenstein del siglo XXI, jugando a ser Dios pero, en realidad, cosas mucho más espantosas se han hecho con las drosófilas o moscas de la fruta (patas en lugar de antenas, variar su número de patas, etc.) sin que parezca que a nadie le haya importado demasiado. Cabe preguntarse cómo será la vida de uno de estos insectos, en comparación con la del pollosaurio. Y teniendo en cuenta las condiciones en las que viven los pollos actuales, hacinados en granjas y consumidos masivamente como uno de los alimentos principales de la dieta humana parece poca cosa usar un puñado de embriones para fomentar avances científicos.


Horner, J., y Gorman, J., How to build a dinosaur: Extinction doesn´t have to be forever, Londres: Dutton, 2009, 246 pp.

viernes, 20 de noviembre de 2009

Amargura

Ojo a lo que me encuentro el otro día leyendo un manual. Dice el autor que, “En general, un lenguaje es aquel que ha evolucionado con el paso del tiempo para fines de la comunicación humana, por ejemplo el español, el inglés o el alemán. Estos lenguajes continúan su evolución sin tomar en cuenta reglas gramaticales formales; cualquier regla se desarrolla después de que suceda el hecho, en un intento por explicar, y no determinar, la estructura del lenguaje. Como resultado de esto, pocas veces los lenguajes naturales se ajustan a reglas gramaticales sencillas u obvias. Esta situación es el pelo en la sopa de los académicos de la lengua, la mayoría de los cuales trata de convencernos de que nuestra forma de hablar es incorrecta en vez de aceptar la posibilidad de que no han encontrado el conjunto de reglas adecuado, que sus reglas ya no son válidas, o que no existen dichas reglas”. [Brookshear, J. G., Teoría de la Computación, 1993, pp. 12-13].

Este autor, evidentemente, no es español. Si fuese español, igual no hubiera escrito esto, porque, al menos desde mi punto de vista, la RAE es extremadamente permisiva a la hora de aceptar nuevos usos en nuestra lengua. Pero eso es otra cuestión. Lo que resulta alucinante aquí es que el autor, en un manual didáctico (no es un ensayo de opinión, ni una reflexión filosófica, ni nada por el estilo) que además trata de los lenguajes formales (y no de los naturales), arremete contra los lingüistas sin venir muy a cuento. No es que los lingüistas sean santo de mi devoción, pero no creo que les ponga a parir si un día me da por escribir unas instrucciones para una aspiradora. Sencillamente, me parece que no es ni el lugar ni el momento.

Este tipo de comentarios, aunque no lo parezca, son el pan de cada día. Otro día, leyendo un libro que no tiene nada que ver con el anterior, veo que el autor va y dice: “Cada yacimiento arqueológico será una combinación única de factores medioambientales, culturales y cronológicos particulares, pero cada componente puede ser investigado como una entidad específica, o en relación con otras. Igualmente equivocada es la noción del experimento irrepetible, en aparente contraste con las ciencias naturales: después de todo, ni siquiera los físicos descomponen el mismo átomo. Por supuesto un yacimiento arqueológico es más complejo que el modesto átomo, y su estructura comprende una combinación de muchos más factores porque es un producto de una totalidad mucho más compleja, la sociedad humana. (...) El muestreo en la excavación es, de este modo, una actividad mucho más difícil y compleja (y, por las mismas razones, más interesante) que la de las ciencias naturales.” Roskams, S., Teoría y Práctica de la Excavación, 2001, Pp. 49-50.

En otras palabras, ole tus (...), resulta que no sólo la arqueología es muchísimo más complicada que las ciencias naturales, sólo apta para mentes privilegiadas, sino que encima es de todo punto más interesante que el átomo, que total es muy pequeñito y no vale para nada. Y de nuevo esto aparece en un típico manual, y sin venir a cuento.

Ambos autores (que probablemente no tienen nada en común, al margen de expresar una tendencia generalizada) parecen descargar sus frustraciones sobre otras disciplinas ajenas a la suya propia. Todos, evidentemente, somos “los más guapos”, y tendemos a infravalorar el esfuerzo o las competencias de los demás. Pero los límites que se alcanzan a veces llegan a ser un tanto absurdos.

He puesto ejemplos que existen sobre papel, para que se vea que no me invento las cosas. Pero juro y perjuro que parte de los profesores de mi carrera nos han bombardeado con críticas a otras disciplinas o ramas del saber. Algunas de estas críticas son consecuencia de problemas bastante graves que no pasan desapercibidos. Por ejemplo, la proporción de fondos que se destinan a los estudios de “ciencias” en relación con los de “letras”. Por eso ahora las letras son “ciencias”, o eso repiten la mayoría de los de letras constantemente. Yo siempre digo lo mismo, que la historia será o no una ciencia en función de la definición que demos de “ciencia”, que hay más de una. Pero ahora resulta que no sólo la historia es una ciencia. Paleografía y epigrafía también lo son, biblioteconomía y archivística también. Miren, yo lo siento en el alma, pero desde mi punto de vista estas últimas disciplinas no son ni ciencias ni letras, son “técnicas”. Y no lo digo despectivamente. A un ingeniero técnico en informática le llaman técnico y no creo que se enfade. A lo mejor hay que empezar a llamar a esta gente “ingenieros sociales”, porque la palabra “ingeniero” parece ser muy respetable.

En fin, lo de si es “ciencia” o no lo es, es ya un tema del que prefiero pasar. Pero cuando oyes que necesita haber más colaboración entre arqueólogos e historiadores ya se te cae el alma a los pies. ¿Pero cómo es posible que una cosa pueda sobrevivir sin la otra? Es como decir que en un hotel, el botones ha de colaborar más con el recepcionista, porque cuando el botones pregunta al recepcionista a qué habitación tiene que llevar las maletas, el recepcionista a veces se hace el loco. Y el botones, claro, deja las maletas donde le da la gana.


Que sí, hombre, hágame caso, que yo de esto sé mucho más que usted...


Me aburre muchísimo el tema, en serio. Que hay carreras más fáciles y más difíciles eso lo sabemos todos o casi todos. Lo siento pero no es lo mismo magisterio que ingeniería aeronaútica. Pero también hay que pensar que hay carreras en las que con un 5 no vas a ningún lado y otras en las que con la misma nota sales bien parado, con un curro fijo. No es tan fácil tener una media de 9 para arriba, por muy fácil que sean, supuestamente, tus estudios. Y además, en el fondo da lo mismo. Yo lo que quería decir es que a ver si dejamos de tirar piedras contra los demás y tenemos un poco más de respeto por todas esas otras disciplinas sobre las que no tenemos ni idea. Porque si queremos que haya interdisciplinariedad, con este ambiente, lo llevamos crudo.