viernes, 20 de noviembre de 2009

Amargura

Ojo a lo que me encuentro el otro día leyendo un manual. Dice el autor que, “En general, un lenguaje es aquel que ha evolucionado con el paso del tiempo para fines de la comunicación humana, por ejemplo el español, el inglés o el alemán. Estos lenguajes continúan su evolución sin tomar en cuenta reglas gramaticales formales; cualquier regla se desarrolla después de que suceda el hecho, en un intento por explicar, y no determinar, la estructura del lenguaje. Como resultado de esto, pocas veces los lenguajes naturales se ajustan a reglas gramaticales sencillas u obvias. Esta situación es el pelo en la sopa de los académicos de la lengua, la mayoría de los cuales trata de convencernos de que nuestra forma de hablar es incorrecta en vez de aceptar la posibilidad de que no han encontrado el conjunto de reglas adecuado, que sus reglas ya no son válidas, o que no existen dichas reglas”. [Brookshear, J. G., Teoría de la Computación, 1993, pp. 12-13].

Este autor, evidentemente, no es español. Si fuese español, igual no hubiera escrito esto, porque, al menos desde mi punto de vista, la RAE es extremadamente permisiva a la hora de aceptar nuevos usos en nuestra lengua. Pero eso es otra cuestión. Lo que resulta alucinante aquí es que el autor, en un manual didáctico (no es un ensayo de opinión, ni una reflexión filosófica, ni nada por el estilo) que además trata de los lenguajes formales (y no de los naturales), arremete contra los lingüistas sin venir muy a cuento. No es que los lingüistas sean santo de mi devoción, pero no creo que les ponga a parir si un día me da por escribir unas instrucciones para una aspiradora. Sencillamente, me parece que no es ni el lugar ni el momento.

Este tipo de comentarios, aunque no lo parezca, son el pan de cada día. Otro día, leyendo un libro que no tiene nada que ver con el anterior, veo que el autor va y dice: “Cada yacimiento arqueológico será una combinación única de factores medioambientales, culturales y cronológicos particulares, pero cada componente puede ser investigado como una entidad específica, o en relación con otras. Igualmente equivocada es la noción del experimento irrepetible, en aparente contraste con las ciencias naturales: después de todo, ni siquiera los físicos descomponen el mismo átomo. Por supuesto un yacimiento arqueológico es más complejo que el modesto átomo, y su estructura comprende una combinación de muchos más factores porque es un producto de una totalidad mucho más compleja, la sociedad humana. (...) El muestreo en la excavación es, de este modo, una actividad mucho más difícil y compleja (y, por las mismas razones, más interesante) que la de las ciencias naturales.” Roskams, S., Teoría y Práctica de la Excavación, 2001, Pp. 49-50.

En otras palabras, ole tus (...), resulta que no sólo la arqueología es muchísimo más complicada que las ciencias naturales, sólo apta para mentes privilegiadas, sino que encima es de todo punto más interesante que el átomo, que total es muy pequeñito y no vale para nada. Y de nuevo esto aparece en un típico manual, y sin venir a cuento.

Ambos autores (que probablemente no tienen nada en común, al margen de expresar una tendencia generalizada) parecen descargar sus frustraciones sobre otras disciplinas ajenas a la suya propia. Todos, evidentemente, somos “los más guapos”, y tendemos a infravalorar el esfuerzo o las competencias de los demás. Pero los límites que se alcanzan a veces llegan a ser un tanto absurdos.

He puesto ejemplos que existen sobre papel, para que se vea que no me invento las cosas. Pero juro y perjuro que parte de los profesores de mi carrera nos han bombardeado con críticas a otras disciplinas o ramas del saber. Algunas de estas críticas son consecuencia de problemas bastante graves que no pasan desapercibidos. Por ejemplo, la proporción de fondos que se destinan a los estudios de “ciencias” en relación con los de “letras”. Por eso ahora las letras son “ciencias”, o eso repiten la mayoría de los de letras constantemente. Yo siempre digo lo mismo, que la historia será o no una ciencia en función de la definición que demos de “ciencia”, que hay más de una. Pero ahora resulta que no sólo la historia es una ciencia. Paleografía y epigrafía también lo son, biblioteconomía y archivística también. Miren, yo lo siento en el alma, pero desde mi punto de vista estas últimas disciplinas no son ni ciencias ni letras, son “técnicas”. Y no lo digo despectivamente. A un ingeniero técnico en informática le llaman técnico y no creo que se enfade. A lo mejor hay que empezar a llamar a esta gente “ingenieros sociales”, porque la palabra “ingeniero” parece ser muy respetable.

En fin, lo de si es “ciencia” o no lo es, es ya un tema del que prefiero pasar. Pero cuando oyes que necesita haber más colaboración entre arqueólogos e historiadores ya se te cae el alma a los pies. ¿Pero cómo es posible que una cosa pueda sobrevivir sin la otra? Es como decir que en un hotel, el botones ha de colaborar más con el recepcionista, porque cuando el botones pregunta al recepcionista a qué habitación tiene que llevar las maletas, el recepcionista a veces se hace el loco. Y el botones, claro, deja las maletas donde le da la gana.


Que sí, hombre, hágame caso, que yo de esto sé mucho más que usted...


Me aburre muchísimo el tema, en serio. Que hay carreras más fáciles y más difíciles eso lo sabemos todos o casi todos. Lo siento pero no es lo mismo magisterio que ingeniería aeronaútica. Pero también hay que pensar que hay carreras en las que con un 5 no vas a ningún lado y otras en las que con la misma nota sales bien parado, con un curro fijo. No es tan fácil tener una media de 9 para arriba, por muy fácil que sean, supuestamente, tus estudios. Y además, en el fondo da lo mismo. Yo lo que quería decir es que a ver si dejamos de tirar piedras contra los demás y tenemos un poco más de respeto por todas esas otras disciplinas sobre las que no tenemos ni idea. Porque si queremos que haya interdisciplinariedad, con este ambiente, lo llevamos crudo.

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