sábado, 2 de febrero de 2008

La Decadencia del Sabio



La vida es un paréntesis entre espacios en blanco. Así lo creen algunos, y yo voy a guardarme mi opinión al respecto por una vez. En el breve suspiro que tenemos hay tiempo para muchísimas cosas, pero no para todo. La maldición de Melmoth no sería tan desagradable para una persona con suficientes hobbies, pero en los tiempos en los que se escribía novela gótica, el concepto de ocio estaba todavía en pleno desarrollo.


No hay tiempo para todo, como decía, y es por eso que debemos elegir. Si queremos ser virtuosos de la guitarra o los mejores gimnastas del mundo tenemos que empezar a practicar apenas se nos ha caído el plumón. Yo en esa época, como sin duda la mayoría de vosotros, estaba viendo los Power Rangers y comiendo bollycaos, y estas cosas me estresaban bastante menos de lo que lo hacen ahora. Mis padres (como probablemente muchos de los vuestros) intentaron motivarme apuntándome a un montón de extraescolares de diverso pelaje, y probablemente a vosotros, como a mí, os fastidiaba un poco porque os perdíais el capítulo de Fraggle Rock o de Campeones que echaban por la tarde.


Se preguntará el lector, y con razón... ¿dónde está el sabio del título? Pues ahora mismo en ninguna parte. Me consta que el arquetipo del sabio era una cosa de antaño, un tipo con gafitas y barba desmañada que lo mismo escribía sobre naturaleza, que sobre filosofía, que te hacía un tratado de política o te escribía una crónica. La especialización laboral estaba en pañales, y el sabio era un hombre para todo. En otras palabras: un profesional de la cultura.


Hoy todo ha cambiado, y al que está especializado en política comercial no le hables de comercio político. No te va a entender. Nunca se me olvidará un día que estuvimos haciendo botellón debajo de una estatua de Franco (lo resalto por lo singular del asunto), con unos tipos que no conocíamos mucho y que estudiaban agrónomos. En determinado punto de la conversación empezamos a hablar de Feuerbach, no sé a santo de qué. Los chicos se quedaron muy sorprendidos y nos preguntaron que si todos estábamos en la carrera de filosofía. Cuando les dijimos que éramos un mestizao de estudiantes de historia, filosofía, biología y bellas artes, no cabían en sí de asombro. Definitivamente, ya no existen sabios. Pero esto tiene sentido.


Cuando la cultura estaba monopolizada por las élites, cualquiera que supiera algo ya sabía mucho. No existía la competencia. Ahora bien, hoy día casi todo el mundo tiene unas seis horas al día para rascarse el ombligo o ejercitar sus aficiones (esto es básicamente lo que sustenta la economía, pero es mejor no empezar a cruzar temas que nos perdemos). ¿Conclusión? Que el que dedica todo su ocio a ejercitarse en una habilidad o talento especial acaba siendo un monstruo. Dicha gente tiene las cosas muy claras desde el principio (yo quiero ser estrella de rock, yo quiero ser programador de videojuegos, yo quiero ser bailarina de ballet, etc). Muchos se quedan en el camino (muchísimos), pero muchos otros cumplen su sueño. Constancia, firmeza y aprender a centrarse en una sola cosa, esa es la clave. No son sabios, pero son los maestros de su disciplina, que es más que mucho.


A su lado estamos la gente como yo, culos inquietos que no se rascan el ombligo pero que se dedican a una y mil cosas, porque el mundo les fascina. Los sabios del nuevo milenio, con muchísimo tiempo libre (gracias a dios la juventud se dilata con la edad) y ganas de invertirlo en el enriquecimiento personal, en el ejercicio de su inteligencia o en sus perspectivas artísticas. ¡Pobres sabios del nuevo milenio! No saben que están siguiendo una senda que les conduce indefectiblemente a la mediocridad, y que serán criticados por todos los dioses de las disciplinas singulares que hay sueltos por el mundo.


Aquí cabe hacer una puntualización, para que nadie piense que me estoy tirando flores para irme de rositas. No estoy diciendo que yo sea sabio en el sentido estricto de la palabra, ni mucho menos. Con sabio estoy definiendo aquí una persona que, dentro de sus capacidades, intenta abarcar todo un universo de técnicas y saberes distintos, por el simple placer de lo que ésto le aporta a su vida cotidiana. Ni más, ni menos.


Decía antes que este camino es el menos inteligente para el mundo en el que vivimos. Nos separa de los idiotas y nos aleja de los genios al mismo tiempo, dejándonos en una soledad cómoda pero triste. Un ejemplo:


Llegas a una fiesta y alguien ha traído una guitarra. El sabio y el experto coinciden y se la alternan, hasta que el sabio reconoce su inferioridad y se retira humildemente, después de lanzar piropos al genio, que sin demostrarlo considera que el sabio es un intruso dentro de su mundo, al que hay mirar con conmiseración. El genio toca a Satriani y se convierte en el amo del cotarro, y el experto atina a hacer versiones de los Eagles y ve cómo su talento, que estará floreciendo toda la vida sin llegar a convertirse en flor, queda en un segundo plano ante tanta maestría y floritura.



Otro ejemplo: El mismo personaje de la anterior situación navega por Internet en busca de un foro sobre diseño en tres dimensiones. Encuentra uno muy bueno, y empieza a hacer sus cositas. Cuando las comparte con los usuarios más veteranos del foro es tachado de newbie por sus preguntas supuestamente obvias y se ve de nuevo el intrusismo. El sabio, que sabe animar un muñeco con forma de galleta de jengibre y hacerlo caminar nunca trabajará en la animación 3D; en cambio, el experto que puede hacer gestos ultra-realistas quizá pueda cumplir su sueño y acabar en Pixar. O no. En cualquier caso siempre sabrá que está pisando el podio, que se eleva por encima de los demás mortales que intentan hacerse un hueco en su campo de experiencia. Que nadie me malinterprete: un experto es un crack y sin duda merece nuestro respeto. Primar la calidad por encima de la cantidad es lo más inteligente que podemos hacer.


Al sabio le queda siempre el mismo consuelo: No toco la guitarra como tú pero hago mis pinitos en 3D. O bien: No soy tan experto con el Maya como tú, pero sé tocar la guitarra. El que más valora al sabio es el sabio mismo. Eso es una clase de onanismo inteligente. Tres hurras por el sabio, por favor.


Como una persona que ha ejercitado sus aficiones en el campo de la historia, la filosofía, los ordenadores, el cine, la música, la escritura, el dibujo, el modelado, la lectura, la astronomía, las marionetas y muchos y diversos deportes solo puedo decir una cosa. Me quito el sombrero delante del experto que va flotando sobre el suelo sin que nada parezca tocarlo. Qué le vamos a hacer, nunca seré como tú. Pero cuando alguien me pregunta que qué hago, y por qué lo hago, sólo puedo responder una cosa. No seré experto en nada, pero por lo menos hago algo.

2 comentarios:

Jero dijo...

Hombre del renacimiento! Eres experto en ser un sabio!

Anónimo dijo...

Creo que observas la vida muy condicionado por las horas que nos hemos podido tirar creando hojas de personaje en el rol.

También creo, que a la hora de ser un genio influye la capacidad de tu maestro para enseñarte el camino.

Este fantasma ha estado persiguiéndome toda la vida, siempre pensaba que llegaba tarde a todas partes. Pero algo me ha hecho sentir bien, incluso los genios tienen horas altas y bajas, debido a la dedicación a su arte. Saber mantener el estatus es otra dura prueba... Ahí se pueden colar los segundones o aquellos que empezaron tarde.

"Rock-Lee, hijo mío, tú eres un genio del trabajo duro"