miércoles, 27 de febrero de 2008

La pluma y la espada

Estaba de camino a la academia musical cuando me sorprendió una conversación entre un niño y su madre. El niño estaba en esa fase en la que no callan ni debajo del agua, y le estaba contando a su madre una historia:


"Y eso pasó en Madrid, que matan a un hombre porque no le gusta su dios".
"No, hijo, no" le responde la madre, "eso ha sido en Palestina".
"Eso he dicho... en Palestino".
"Palestina, no palestino. ¿Dónde has oído esa historia?".
"¡Es verdad!" se queja el niño, "me lo han contado. Le sacrifican a su dios".


La madre se ríe de la inocencia del niño. De inocencia nada. Me he visto de pronto transportado a las calles de alguna ciudad mesopotámica hace miles de años, donde un hijo y su madre mantenían la misma conversación. A veces tiene que venir un niño a poner las cosas en su sitio porque, si no, no hay manera.

Llevamos milenios esclavizados bajo el poder de dioses invisibles que nos devoran. Quien diga que no existen, que mire los estragos que causan entre los cuatro confines de esta ecúmene que es nuestro hogar.

Los dioses existen. La pluma les dio identidad y forma. Pudo hacerlos honestos, bondadosos y piadosos. Pero en su lugar creó monstruos indefinidos, ávidos siempre de sacrificios personales, devoradores del tiempo de los mortales. Los dioses que nosotros creamos llevan mucho tiempo revelándose contra nosotros. Hace dos siglos les plantamos batalla y creímos haber vencido, pero a la vista está que cantamos victoria antes de tiempo.



O quizá los dioses no existan. Los humanos crearon a los dioses a su imagen y semejanza. Entonces el asunto no tendría solución. Nuestra moral nos obligó siempre a buscar justificaciones para enmascarar la pura verdad.


La pluma es más fuerte que la espada. Nos inventamos la pluma para justificar la espada, que inventamos mucho antes. Porque las plumas hablan cuando las espadas enmudecen. Ellas hablan, buscando siempre excusas.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Dios lleva siendo la ira del hombre desde el principio de todo, pero ha cambiado tantas veces de nombre y forma que le he perdido la pista.
Dios crece cuando más hombres necesitan de su ira, cuanto más se puede extraer en su nombre y sobre todo crece cuanta más gente, y de forma más cruel muere.
Dios vive en cada muerte. Si fuéramos inmortales, no existiría Dios.