viernes, 30 de noviembre de 2007

Farenheit 451: La temperatura a la que los libros arden

Hasta donde yo he leído de Ray Bradbury (no todo, pero sí una parte nada desdeñable de su vasta producción) no ha habido una sola obra que no me haya gustado, ni un solo relato que no tuviera "algo", por pequeño que fuese, que lo identificase como único y original. Puede tener esto algo que ver, sin duda, con su forma de escribir, cargada de metáforas completamente originales y muy evocadoras. Sin embargo, de una forma que a mí me resulta casi mágica, sus obras no pierden con esto ni una pizca de agilidad.

Los libros de Bradbury te los puedes leer tranquilamente de un tirón (la mayoría son de relatos cortos, pero enganchan mucho) y cuando acabas, tienes la sensación de haber visto una buena película, pero no la suya, sino una tuya. Así de buenos son.

"Fahrenheit 451" es una de sus obras más representativas, junto con "Crónicas Marcianas" (al que aún no he tenido el gusto de hincarle el diente, cosa rara). Investiga acerca de un futuro plagado de idiotas adictos al consumo fácil de la televisión (que ha adquirido tamaños gargantuescos y puede llegar a ocupar varias paredes de una habitación). En este mundo futuro, los libros están prohibidos, y la labor de los bomberos, en lugar de apagar incendios, es provocarlos, a base de quemar los pocos libros que quedan. No desvelo más del argumento que no quiero spoilear a nadie (a ver cuándo los eruditos egregios de la real academia aceptan este término de una maldita vez...).

Con una historia así, ya os podéis imaginar: Un libro en la onda del 1984 de Orwell, si bien con algunas diferencias notables. Bradbury no define en exceso el mundo del mañana, suelta unas cuantas pinceladas y deja el resto a la imaginación. Es un mundo en guerra ¿contra quién? Nadie lo sabe y en el fondo no importa. La obra es una crítica bastante brutal contra la sociedad actual porque desgraciadamente en estos casos, este tipo de obras parecen tener siempre algo de profético.

"- ¿Por qué no estás en la escuela? Cada día te encuentro vagabundeando por ahí.
- Oh, no me echan en falta. Dicen que soy insociable. Que no me adapto. Es muy extraño. En el fondo soy muy sociable. Todo depende de lo que se entienda por ser sociable, ¿no?. Para mí representa hablar de cosas como éstas. O comentar lo extraño que es el mundo. Estar con la gente es agradable. Pero no creo que sea sociable reunir a un grupo de gente y, después, no dejar que hable. Una hora de clase TV, una hora de baloncesto, de pelota base o de carreras, otra hora de trascripción o de reproducción de imágenes y más deportes.
Pero ha de saber que nunca hacemos preguntas, o por lo menos, la mayoría no las hace. No hacen más que lanzarte las respuestas, ¡zas!, ¡zas!, y nosotros sentados allí durante otras cuatro horas de clase cinematográfica. Esto no tiene nada que ver con la sociabilidad. Hay muchas chimeneas, y mucha agua que mana por ellas, y todos nos decimos que es vino, cuando no lo es. Nos fatigan tanto que al terminar el día, sólo somos capaces de acostarnos, ir a un Parque de Atracciones para empujar a la gente, romper cristales en el Rompedor de Ventanas o triturar automóviles en el Aplastacoches con la gran bola de acero. Al salir en automóvil y recorrer las calles, intentando comprobar cuán cerca de los faroles es posible detenerte, o quién es el último que salta del vehículo antes de que se estrelle.
Supongo que soy todo lo que dicen de mi, desde luego. No tengo ningún amigo. Esto debe demostrar que soy anormal. Pero todos aquellos a quienes conozco andan gritando o bailando por ahí como locos, o golpeándose mutuamente (...).
Por encima de todo me gusta observar a la gente. A veces, me paso el día entero en el metro, y los contemplo y los escucho. Solo deseo saber qué son, qué desean y adónde van. A veces, incluso voy a los parques de atracciones y monto en los coches cohetes cuando recorren los arrabales de la ciudad a medianoche y la Policía no se mete con ellos con tal de que estén asegurados. Con tal de que todos tengan un seguro de diez mil, todos contentos. A veces, me deslizo a hurtadillas y escucho en el metro. O en las cafeterías: Y, ¿sabe qué?.
-¿Qué?
-La gente no habla de nada.
-¡Oh, de algo hablarán!
-No, de nada. Citan una serie de automóviles, de ropa o de piscinas, y dicen que es estupendo. Pero todos dicen lo mismo y nadie tiene una idea original. Y en los cafés, la mayoría de las veces funcionan las máquinas de chistes, siempre los mismos, o la pared musical encendida y todas las combinaciones coloreadas suben y bajan, pero sólo se tratan de colores y de dibujo abstracto.
Y en los museos... ¿Has estado en ellos? Todo es abstracto. Es lo único que hay ahora. Mi tío dice que antes era distinto. Mucho tiempo atrás, los cuadros, algunas veces, decían algo o incluso representaban a personas".

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